La educación en el centro de los principios cooperativos


La experiencia cooperativa de MONDRAGON dibuja la educación entre sus principios fundamentales y la coloca en el centro. La historia lo explica de manera inequívoca. Si un primer intento fue la escuela de aprendices de la Cerrajera, el que finalmente se consolidó fue la Escuela Profesional. Ahí está el origen de lo que hoy es Mondragon Unibertsitatea y también de lo que ha llegado a ser la Corporación MONDRAGON.

Este hecho marca, como es lógico, una clara diferencia con cualquier otro conglomerado empresarial. Por supuesto que hoy toda organización que se precie pondrá en valor la formación pero será muy raro encontrar en su origen una escuela. Ahora bien, aquel momento histórico a mediados del siglo pasado presentaba unas características específicas que puede que lo hagan irrepetible. En la forma, pero no en el fondo. Y nos explicamos.

Cuando se habla de emprender enseguida aparece la figura del «emprendedor» (por cierto, casi siempre formulado así, en masculino singular) mientras que no es tan habitual que aparezca la de «estudiante». Eso sí, si miramos a la actual formación profesional ya vemos iniciativas diversas para impulsar el emprendimiento. La conexión estudio-trabajo siempre está ahí, pero ahora en los tiempos actuales se añade la conexión estudio-emprendimiento. Como quiera que el empleo se desvanece surge la necesidad de hacer de los estudiantes emprendedores. ¿Puede ser una trampa?

En el pensamiento de Arizmendiarrieta el trabajo se ponía en valor como elemento vehicular de transformación social. Las empresas cooperativas no están para fabricar, vender, diseñar o cualquier otra actividad en la que se focalicen. Al menos no solo para eso. Las empresas cooperativas están en el mercado para transformar la sociedad, son un medio para un fin. La educación, en este contexto, es una condición necesaria y previa. Por eso quizá Arizmendiarrieta habla de formar cooperativistas y luego ya vendrán las cooperativas. Y habla de educación integral, incluyendo aspectos técnicos y «espirituales».

La trampa a la que aludíamos es la de pensar de inmediato en crear negocios, en supeditar la educación a la variable de mercado, a la que tiene que ver con la función económica de la empresa. ¿Y qué hay de la función social?, ¿qué hay de la intención de conseguir la transformación social?

La educación en el centro de los principios cooperativos supone una declaración humanista en toda regla, supone que la persona esté en el centro. Después llegarán las cooperativas, pero primero es lo primero. Ahora bien, ¿se ha pervertido el sistema por la acuciante necesidad de inventar empleo y como consecuencia de crear empresas? ¿La sociedad actual no puede ya seguir colocando en el centro a la educación? Y si así fuera, ¿qué tipo de educación? ¿De verdad una que piense primero en la persona y luego en su empleabilidad? ¿Si no hay esto último no hay persona? ¿Se ha reducido a la persona a su valor de mercado?

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