El uso sexista del lenguaje, las bromas y chistes de contenido sexual referidos a las mujeres, la defensa de los celos como parte inherente del amor, el control sobre la pareja (horarios, actividades, relaciones sociales, citas…), la falta de responsabilidad sobre las tareas de cuidados o el trabajo doméstico, los silencios desdeñosos utilizados como forma de manipulación, la intimidación, los comentarios ofensivos, la desautorización y la desvalorización, el chantaje emocional, el control económico, el paternalismo… (Bonino, 2005: 98-100). La lista de actitudes micromachistas es interminable.
Prácticas sutiles pero tremendamente efectivas
Algunas de estas prácticas son tan sutiles que habitualmente pasan inadvertidas y cuando se denuncian son tildadas de exageraciones o se les resta importancia. Mientras tanto sus efectos repercuten en la salud mental de la mujer, minando su autoestima y desproveyéndola de energía y seguridad en sí misma.
Estas actitudes se convierten en una violencia invisible o, más bien, invisibilizada, basada en evidentes desequilibrios de poder que reflejan la vigencia del androcentrismo en nuestras sociedades. Es justamente su carácter micro e implícito el que hace de los micromachismos comportamientos de dominación masculina menos perceptibles y, por desgracia, más normalizados dentro de una sociedad patriarcal. Por tanto, el principal problema de este ejercicio de poder reside en la falta de conciencia y la dificultad para reconocer y denunciar dichos actos.
La mayor parte de estas actitudes se sustentan en añejos estereotipos de género y en los roles tradicionales que les han sido asignados a hombres y mujeres a lo largo de la historia. Aunque en muchos países se considera ya políticamente incorrecto afirmar en voz alta que el hombre es superior a la mujer, los abusos se siguen sucediendo y la violencia machista sigue siendo justificada mediante mañas y maniobras que aún pasando desapercibidas son tremendamente efectivas.
Como se apuntaba anteriormente, la ilusión de la igualdad alcanzada, principalmente en las denominadas sociedades democráticas, ha creado una especie de perverso y tupido velo alrededor de este machismo cotidiano y ha cargado sus tintas contra el feminismo y la lucha por la igualdad de género, calificando su denuncia de innecesaria y excesiva.