Somos muchos los que nos hemos sentido así alguna vez. No un día o dos, sino durante una larga temporada: pensamos que no valemos para nuestro trabajo y le hacemos creer a nuestro cerebro que somos unos impostores.
Hombre o mujer, joven o mayor, nadie está a salvo. Le decimos a nuestra cabeza “yo no valgo para eso”, repetimos hasta creerlo que “yo estoy no sé hacerlo y los demás sí”, tenemos miedo de que “algún día me pillarán, yo no sé nada sobre lo que hago” o “todo es fachada”.
Si alguna vez te has sentido así, no eres el único. Esto tiene un nombre: el síndrome del impostor. Tú sabes tanto como los demás, recorres el mismo camino y sigues el mismo proceso que los demás, aprendes a la misma velocidad que el resto… pero no lo crees.
Este síndrome no dura para siempre en palabras de los expertos, y se puede “pasar” por sí mismo. No es una enfermedad, pero de no cuidarlo puede derivar en ansiedades y otros efectos. Necesita la ayuda de los de alrededor, pero también sinceridad con uno mismo. No tiene relación con la capacidad de aprendizaje o con las asignaturas aprobadas, ni tampoco con demostrar que sabes, o con trabajar mucho y conseguir malos resultados. Eso es otra cosa; esto está en tu mente, y es independiente.
Todos hacemos cosas bien y cosas mal. Nunca 2 personas trabajarán exactamente lo mismo, ni realizarán el mismo nivel de esfuerzo para conseguir los mismos resultados. Pero este síndrome no va de eso: esto trata nuestra salud mental.
Por último: ¿sabéis a quién afecta sobremanera este síndrome? A las personas en ambientes de aprendizaje. Tanto alumnos como profesores.
Cuídate. Y cuida a los de tu alrededor.