Este artículo de nuestro compañero Igor Ortega ha sido publicado en la revista Tu Lankide en su edición de noviembre-diciembre.
¿Cómo estaremos en el 2030? ¿Serán nuestras sociedades muy diferentes a como las conocemos en la actualidad? ¿Y nuestras cooperativas? Es cierto que la velocidad de las transformaciones tecnológicas imprimen un ritmo de cambio vertiginoso, pero la pregunta puede ser sorprendente dado lo cercano del horizonte temporal. Aún y todo la cuestión parece pertinente. Por lo menos si nos guiamos por la literatura del ámbito del análisis social. El año 2030 tiene la pinta de convertirse en una fecha-hito de las proyecciones sociales.
Keynes 2030: la esperanza del reparto equitativo de la productividad
Ya en 1930 John Maynard Keynes, inspirador de la doctrina económica sobre la que se fundamentará el largo ciclo del capitalismo del bienestar, especuló sobre las posibilidades económicas que se abrirían para las generaciones del 2030. Keynes proyectaba una sociedad en la que un buen uso de la capacidad productiva y tecnológica socialmente alcanzada, permitiría una organización social orientada al aumento del tiempo libre con turnos de tres horas o semanas de quince horas.
Es evidente que la dinámica del capitalismo, sobre todo en estos tiempos donde el capital financiero campa a sus anchas, ha evolucionado por otros derroteros. Nos encontramos ante una realidad paradójica. Tenemos formidables capacidades tecnológicas y una mayor extensión del conocimiento y la cualificación de las personas. Pero, a su vez, las tendencias hacia la concentración de la riqueza conviven con un evidente proceso de regresión social en cuanto a las oportunidades de empleo y las opciones de aspirar a los estándares de vida de las sociedades del bienestar. Desde una perspectiva cooperativa podríamos afirmar que, al contrario de las esperanzas de Keynes, no vamos en la dirección de propiciar un reparto equitativo de la riqueza ni del nivel de productividad alcanzada por nuestras sociedades.
2030: El calentamiento global y el desafío energético
2030 es también el horizonte temporal que analistas y científicos apuntan como determinante para afrontar el desafío ecológico y energético. Por ejemplo, Fernandez Durán es uno de los que apunta que en torno a esa fecha se van a poder percibir cambios sustanciales sobre la capacidad de aprovisionamiento de las fuentes de energía fósiles. Y dada la hiperdependencia del sistema económico de tales recursos, señala esta nueva era del fin de la energía barata como un punto de inflexión del proceso de declive de la Civilización Industrial.
Uno personalmente no es muy amigo de los vaticinios apocalípticos, pero observando la relevancia de las voces que se van sumando a esta opinión, la verdad que el tema empieza a inquietar. Lo mismo ocurre con el tema del calentamiento del planeta o del cambio climático, uno de los mayores retos a los que tener que enfrentar o “la noticia del siglo” según el diario británico The Guardian. La situación de alarma hace tiempo que transcendió de los ámbitos ecologistas. Hoy es la comunidad científica global, englobada en el Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático, quien en el informe presentado para la cumbre sobre el cambio climático de París alerta de que tan solo quedan quince años para hacer ese esfuerzo intenso antes de que detener el cambio climático sea tremendamente costoso y sus consecuencias desastrosas.
Algunas proyecciones cooperativas
En el ámbito de nuestras cooperativas no encontramos proyecciones tan contundentes para este espacio temporal, aunque sí alguna que otra si ampliamos la escala. Por ejemplo, Jose María Ormaetxea observando la dinámica expansiva de las empresas del capital en su pugna por la hegemonía en el mercado global, y los déficit que en comparación arrastran las cooperativas en cuanto a la capacidad financiera y tecnológica, cuestiona la viabilidad a largo plazo del modelo cooperativo puro. De hecho, en una conferencia en el 2005 Ormaetxea aventuraba la hipótesis de que entre el conjunto de empresas que existan en el año 2055, el cooperativismo y la sociedad de personas no serán reconocidos más que como un vestigio honorable.
Puede parecer una proyección un tanto pesimista, pero las tendencias que se imponen en el mercado globalizado convierten el reto de la viabilidad y la rentabilidad de las cooperativas como una prioridad de primer orden. En este sentido, lo peor que nos pudiera pasar es pensar que ya ha pasado el temporal y que ya no tenemos más que esperar pacientemente a un nuevo ciclo largo de crecimiento económico sostenido. Los indicios apuntan a un escenario convulso de mayor competitividad e incertidumbre, donde la madurez de algunos de los negocios, la reducción del diferencial competitivo respecto a países emergentes o el hándicap de la dimensión y la capacidad de financiación frente a un capital cada vez más voraz, deberían de hacer saltar las alarmas de muchas de nuestras cooperativas.
Una alternativa con sentido común: Más cooperativismo
Parece claro que para enfrentar los retos económicos, sociales y ambientales que se nos plantean en el horizonte del 2030, vamos a necesitar más que nunca de la tensión (auto) transformadora que ha caracterizado a nuestro modelo cooperativo. La buena noticia es que muchas de las bases del cambio las podemos encontrar buceando en las señas de identidad de nuestro modelo cooperativo: una actitud más exigente en cuanto a primar la cooperativa frente a los intereses individuales, una mayor implicación y (auto) responsabilización de los socios en la capitalización de nuestras cooperativas, profundizar en los modelos de autogestión que sustentan una orientación más innovadora de nuestras organizaciones, mayor intercooperación para un mejor posicionamiento en los mercados globales, una solidaridad exigente que permita la reorientación de los negocios no viables de manera que el coste no recaiga sobre las personas de la organización, y la colaboración de las cooperativas con agentes sociales del territorio en el impulso de un modelo de desarrollo humano y sostenible, son sin lugar a dudas claves fundamentales para realizar este recorrido y que no dependen más que de nuestra propia determinación colectiva.
Por supuesto que no es un camino sin dificultades. Personalmente destacaría las siguientes: 1) El poco desarrollo de la intercooperación de seguir primando los cálculos de los intereses concretos de las cooperativas. 2) Las resistencias a la mayor implicación y responsabilización de los socios en la viabilidad y rentabilidad de las cooperativas si tales políticas son percibidas como una claudicación de las conquistas sociales del cooperativismo. 3) Parafraseando a Arizmendiarreta, el riesgo de mantener una actitud contemplativa frente a una transformadora, o lo que traducido a nuestra realidad más actual, supone el estar inmersos en las inercias del día a día, sin abrir espacios de reflexión que permitan tomar conciencia de las implicaciones de los retos inmediatos que deben enfrentar las cooperativas y, por lo tanto, sin llegar a ser proactivos en las transformaciones que precisan nuestros proyectos en estos escenarios tan cambiantes.
La mayor duda, sin embargo, es si se podrá realizar el giro hacia un cooperativismo más consciente y exigente, sin la formulación de un proyecto más global e integral, que incluyendo una mirada de los retos económicos y sociales que como cooperativistas nos gustaría enfrentar en el horizonte 2030, permita dotar de un fuerte sentido las orientaciones transformadoras que precisamos para fijar las bases del cooperativismo del siglo XXI.
Pienso que el proceso de reflexión de Mondragón podría ser una muy buena oportunidad si desde las cooperativas somos capaces de aprovechar el momento.