Inauguramos nueva materia en el máster, esta vez se trata del modelo organizativo participativo. Esto quiere decir que bajamos peldaños para tocar algo más concreto: ¿cómo desarrollar principios y valores cooperativos a través de una organización que se diga verdaderamente participativa? Ahí es nada. Seguro que hay matices y opiniones para todos los gustos pero por algún sitio hay que empezar y en nuestro caso, entre los materiales de debate, vamos a utilizar un texto de Alfonso Vázquez, consultor de Hobest: Las falacias de la participación.
El texto sirve, entre otras cosas, para delimitar tres perspectivas de la participación: en el proceso, en los resultados y en el origen. Cada una de ellas sirve para trasladar una idea diferente de la participación. La primera, operativa, vinculada al hacer; la segunda en forma de recompensa, vinculada a lo económico; y la tercera, la que más recorrido proporciona, vinculada a la participación radical, de raíz, en el comienzo. Todo ello desde una mirada crítica, que siempre es de agradecer.
En el caso de las cooperativas, parece que «participación» va inserta en su código genético. Las socias y socios participan del capital pero también lo hacen en la gestión y en la vida societaria de la empresa. Una participación plena que debe articularse mediante modelos organizativos que proporcionen el contexto para que las personas se desarrollen con autonomía y sean capaces de construir conjuntamente un proyecto compartido.
Pues de esto va la nueva materia en la que nos adentramos. Y para deja otra idea que dé pie a pensar un poco: echemos un vistazo a una imagen clásica: la escalera de la participación ciudadana, de Sherry R. Arnstein. ¿Algo parecido cabe pensar de los modelos organizativos de nuestras empresas?, ¿hay un continuo en materia de participación que va desde la manipulación hasta el pleno control de quienes trabajan en ellas?